Universitat Oberta de Catalunya

Entrevista con Andreu Belsunces

Esta semana entrevistamos a Andreu Belsunces, sociólogo del diseño y la tecnología, cuya investigación se centra en cómo la industria tecnológica, política pública, finanzas e infraestructuras se enredan con las expectativas sociales para producir determinadas formas de conocimiento y visiones colectivas del futuro.

Eres licenciado en Sociología y cuentas con una larga trayectoria investigando la intersección entre tecnología, diseño y culturas digitales. ¿Puedes contarnos más detalles acerca de tu formación y campo profesional?

Creo que como sucede a mucha otra gente, mi campo profesional no está tan determinado por mi educación formal, como por mis inquietudes y la gente que he tenido la suerte de cruzarme en la vida.

Como ya has indicado, estudié sociología (Universitat de Barcelona) y luego hice un máster en sociedad de la información y el conocimiento (Universitat Oberta de Catalunya). Durante ese período, formé parte de varios movimientos sociales, empecé a escribir crítica literaria, y trabajé en la oficina UNESCO para el MERCOSUR en Uruguay.

En el trabajo de final de máster me interesé por la narración transmedia, la industria audiovisual-digital y formas de participación a través del storytelling. Esto me abrió la posibilidad de publicar capítulos en dos libros -uno en España y otro en Inglaterra-, y empezar a trabajar como periodista y profesor en la universidad en Uruguay.

En esta época, sobre 2012, empecé a descubrir la intersección entre teoría crítica y media studies, algo que sigue siendo central en mi forma de pensar y hacer. Más adelante, y en este mismo sentido, trabajé con Hangar y el CCCB, donde aprendí no solo qués, sino, aún más importante, cómos.

Otros espacios que para mí han sido claves para entender la investigación en tanto exploración rigurosa, pero sin límites, han sido festivales como Transmediale en Berlín o The Influencers en Barcelona. Más allá de encontrar nuevas referencias y formas de hacer, estos festivales han sido fundamentales para conocer personas con intereses y prácticas similares y que admiro, algunas de las cuales se han convertido en grandes amigas.

Durante los últimos 6 años, he trabajado investigando en contextos no académicos como un laboratorio público de innovación social y un estudio de diseño que construye experiencias interactivas a través de visualización física de datos. He participado y participo en diferentes espacios de aprendizaje universitario, y entre 2018 y 2020 co-dirigí un equipo de investigación sobre diseño crítico y especulativo junto a David Falagán en Escola Massana. De allí surgió, en plena pandemia, una escuela de verano que se preguntaba si el pensamiento y las prácticas especulativas podían dar respuestas a los desafíos que iban emergiendo en el mientras tanto.

Otro contexto del que he aprendido mucho y en el que participé como investigador, para, ahora, regresar como estudiante de doctorado, es el grupo CNSC/Tecnopolítica del IN3 de la UOC. Ahí se da una convergencia entre investigación teórica, empírica y aplicada a lo público y lo común, activismo, y creciente ambición experimental, que no he sabido encontrar en ningún otro lugar. Como parte de este grupo desarrollaré la investigación que ya he empezado independientemente en el proyecto Engineering Fiction y que explico más adelante en esta entrevista.

Además, formo parte del colectivo Becoming, donde, junto a Holon, exploramos el vínculo entre ciencias sociales críticas, computación, ecología y diseño de transición.

Tu objeto de estudio principal se centra en la relación entre tecnología, ficción y poder. ¿Puedes explicarnos de qué se trata y cuál es su papel en la producción del imaginario colectivo?

Cualquier tecnología implica un proceso de diseño (más o menos explícito, deliberado o consciente) y performa determinadas agencias en diferentes ámbitos y escalas. Se imbrica con sistemas energéticos, ambientales, culturales y sociales y políticos para funcionar de maneras infinitamente diversas, y a menudo incontrolables.

Las tecnologías (duras y blandas), en su propia constitución y en sus “efectos colaterales”, codifican y reproducen las asunciones de quienes las han diseñado. El filósofo de la tecnología Andrew Feenberg nos explica cómo, a menudo, los agentes involucrados en un sistema tecnológico responden a las inercias (flujos de imposiciones que constituyen “lo normal” a través de saberes, prácticas, protocolos, formas de organización y comprensiones sobre lo que es el progreso, la justicia, lo útil y lo eficiente, por ejemplo) que emergen de los intereses de las élites industriales y su sistema de prioridades. Estas inercias terminan cristalizando en formas de interacción; infraestructuras; sujetos políticos moldeados en forma de arquetipos de usuarios, clientes o ciudadanos; regulaciones; sistemas educativos; formas de gobernanza; modelos de ciudad y planes de negocio, entre muchísimos otros.

Es en esta ordenación multidimensional del mundo, donde la tecnología ejerce un poder (que dejando de lado la fanfarria del marketing corporativo, funciona de manera silenciosa y opaca) que se extiende más allá del presente para tratar de determinar la incertidumbre de lo que está por venir. En este sentido, las tecnologías (y las ciencias) incorporan y reproducen mundos posibles. Algunos se condicen con los valores de las élites industriales que las han producido, o, dicho de otro modo, proyectan futuros que garantizan la continuación de ciertas hegemonías. Esto se hace evidente en los planes de negocio y en las promesas que hacen los CEO, en los vídeos corporativos sobre tecnologías que todavía no existen, en ciertos artículos de la prensa tecnocelebratoria y en programas de financiación al desarrollo como los fondos Next Generation EU.

Evidentemente, nadie puede describir exhaustivamente lo que sucederá en el futuro, de modo que lo que hace la industria es movilizar lo que yo llamo ficciones sociotécnicas, objetos epistémicos que intensifican visiones de futuro y que forman parte de prácticas racionales y materiales implicadas en la producción tecnocientífica.

En este sentido, la ficción no es un absoluto opuesto al “hecho” o la “realidad”, sino que es un gradiente que funciona mediante “cargas de ficcionalidad”, y que sirven, entre otras cosas, para dar tangibilidad a ideas abstractas o demasiado especulativas.

Aunque una ficción no se volverá realidad por repetirla muchas veces, sí que, cuando está diseminada desde la industria en forma de promesas, puede generar expectativas que terminen instalándose en imaginarios colectivos que aceptan estos futuros como inevitables. Así, estos objetos ficticios empiezan a desplazarse del reino de lo especulativo al de la estabilidad material.

¿A través de qué mecanismos la ficción en relación a la tecnología acaba por materializarse en la realidad social?

Para responder a esta pregunta son útiles los conceptos de emergencia y estabilización sociotécnica. Atendiendo al desarrollo científico y técnico, una hipótesis, un concepto o un prototipo son objetos emergentes, que pertenecen más al ámbito de la ficción que al de la realidad estable o, dicho de otro modo, estas cosas poseen una carga ficcional muy alta. En tanto que objetos tiernos y nacientes, tienen una definición todavía borrosa, pero a la vez condensan una futurabilidad muy alta. Son en sí mismos promesas de futuro que se engarzan en un complejo sistema de creencias, prácticas, infraestructuras, instituciones y saberes que constituyen el ámbito de lo sociotécnico.

La ficción está en estos objetos para ayudarlos a empezar a ser. Haciendo un ensayo de causalidad aventurera, podría decirse que la ficción está instalada en las promesas que subyacen a estos objetos tecnocientíficos, se proyecta hacia el mañana y genera expectativas sobre lo que podría llegar a ser-suceder. La experiencia encarnada de la expectativa es la anticipación, y esta, a su vez apuntalada por la incertidumbre, declina en ilusión por el lado de la esperanza, y en ansiedad por el lado del miedo. Aquí, la ficción se somatiza y moviliza recursos económicos, ambientales y humanos, para tratar de estabilizarse.

Pensemos en la Inteligencia Artificial, este hiperobjeto (o hiperficción) que está tratando de constituirse en realidad, por lo menos, desde la década de los 50 del siglo pasado. Si atendemos a parte de su historia, veremos cómo su desarrollo ha estado íntimamente relacionado a picos de expectativas exageradas (el hype) respecto a lo que la academia, y más tarde la industria, serían capaces de hacer (por ejemplo, en los años 60, traducir automáticamente un texto).

Si los actores que emitían estas promesas (compuestas en parte por ficciones sociotécnicas) no lograban convertirlas en hechos (estabilizarlas en el reino de lo tecnomaterial), producían frustración y decepción, y eso terminaba teniendo como consecuencia la reducción o desaparición de fondos para seguir investigando y avanzando en esta tecnología. Este (temido) fenómeno ha sido bautizado como “Invierno de la Inteligencia Artificial”.

Hoy, la IA se ha convertido en un elemento infraestructural de nuestras sociedades presente en la regulación del tráfico, en la mejora automática de las fotos que tomamos con nuestros teléfonos, o en el incremento de la eficacia energética de los coches. También está presente en todo tipo de asistentes virtuales, un producto que es mucho más cercano a lo que la ciencia ficción no ha dicho que sería la inteligencia artificial.

¿Qué ha hecho que esta ficción concreta se desplace del ámbito de la emergencia al de la estabilidad? El interés de las instituciones académicas y públicas, del mercado, la ciudadanía y la prensa; la capacidad de producir resultados comprensibles, deseables y útiles por parte de la academia y la industria; la disponibilidad de materiales y herramientas para procesarlos consecuentemente, y un contexto social y técnico capaz de reproducir una comunidad de personas que continúen desarrollando esta tecnología.

En la Bienal de pensamiento del año pasado, hablaste del concepto de imaginario sociotécnico y cómo este refuerza determinadas visiones de futuros a perseguir y evitar. ¿Cómo influye esto en los procesos de cambio en la relación entre tecnología y sociedad?

El concepto de imaginario sociotécnico es útil para entender la íntima relación entre dimensiones aparentemente opuestas cómo lo simbólico y lo material, lo discursivo y lo infraestructural, lo imaginario y lo científico, y lo presente y lo futuro.

A grandes rasgos, se refiere a este conjunto de ideas de futuro sostenidas colectivamente, que están (re)producidas por un conjunto de instituciones como instituciones gubernamentales, medios de comunicación, empresas y movimientos sociales, y que llevan implícitas concepciones sobre cómo la vida debe ser vivida, cómo distribuir los recursos y gestionar las relaciones sociales y ambientales a través de la ciencia y la tecnología.

Estos imaginarios pueden observarse -también- en documentos regulatorios, en políticas públicas, en la publicidad, presentaciones científicas, ferias de la industria tecnológica como el Mobile World Congress, ecosistemas de start-ups, el mundo del arte y comunidades como el biohacking, las criptomonedas o el movimiento Maker.

Cada comunidad de imaginario reproduce unas agendas y prácticas sociotécnicas diferentes, eso es, que imagina distintos futuros y despliega diferentes recursos y estrategias para estabilizarlos en el presente cuanto antes. La cantidad de energía financiera, institucional, humana y cognitiva disponible y activable, será clave para que los distintos agentes implicados logren diseminar y materializar sus imaginarios.

Un ejemplo para entender esto, y que ya apunté en la Bienal, es la diferencia entre el transhumanismo, que es una visión de futuro que busca “actualizar” y aumentar al ser humano mediante tecnologías producidas desde la industria, sin cuestionar sus lógicas delirantemente extractivistas y capitalistas, y sin considerar los potenciales peligros que implican a nivel de soberanía individual y colectiva. Elon Musk es uno de sus principales exponentes.

Por otro lado, el post-humanismo es un tipo de imaginario sociotécnico cada vez más popular que está en las antípodas del trans-humanismo, y que busca generar un marco de comprensión no antropocéntrico y ecológico del ser humano para hacer emerger coordenadas éticas, políticas y epistémicas radicalmente diferentes a las de la modernidad -entendida como un proceso histórico basado en la explotación de todo tipo de sistemas vivos. Evidentemente, desde esta estructura cultural, el tipo de tecnologías que se imaginan son también radicalmente diferentes, tanto en su aspecto, su forma de funcionar y sus objetivos.

Desde febrero, el CCCB acoge una exposición sobre Marte, en la que has tenido la oportunidad de presentar un trabajo titulado Sporae Vita. ¿Puedes hablarnos del proyecto?

Sporae Vita ha sido un vehículo para continuar indagando en una pregunta que me ha perseguido durante años: ¿puede la ficción ser una herramienta (un método) útil para analizar fenómenos sociales y tecnopolíticos? Hasta ahora, había abordado esta pregunta desde la sensibilidad de la teoría social y cultural, y la investigación-acción enmarcada entre diseño colaborativo, experimental y especulativo.

En el caso de Sporae Vita, busqué liberarme de los carriles disciplinares que transito normalmente para acercarme a la pregunta desde la investigación artística. Partía de dos coordenadas: la que me había dado el CCCB -imaginar un escenario futuro en relación a Marte-, y una contradicción interna -¿tiene sentido invertir recursos cognitivos y materiales para ir a Marte cuando aquí no somos capaces de detener la inercia ecocida industrial?

A partir de aquí, empecé a proyectar un mundo post-colapso donde las tecno-naturo-culturas superan de una vez por todas el eurocentrismo y el antropocentrismo. Para ello, definí un nuevo mito civlizatorio: el “re-encantamiento”, que emerge como combinación del trauma global producido por la gran extinción, y la capacidad que ha tenido la humanidad de restituir la vida en el planeta gracias al avance de la bio y geoingeniería.

En este contexto especulativo es donde aparece Sporae Vita, la agencia de polinización espacial de este nuevo orden mundial, que tiene como objetivo generar las condiciones para que la vida autóctona emerja en otros planetas. Para ello, la agencia recluta humanos que, voluntariamente, se convierten en “esporas” del planeta tierra, son lanzados a Marte y se funden de por vida con la infraestructura que se ha instalado allí para hacer florecer la nueva vida.

Figura 1: póster que describe Sporae Vita y el mundo en el que se inscribe.

Formalmente, la instalación consta de dos pósters. El primero, presenta Sporae Vita y el mundo en el que existe. El segundo presenta una investigación hecha desde los STS (Science and Technology Studies) sobre Sporae Vita, y que también se circunscribe dentro de ese mundo futuro. La investigación analiza cómo esta agencia opera en la estabilización de esta nueva hegemonía civilizatoria. Para ello, el diagrama describe la forma en la que la agencia espacial genera conocimiento científico, en cómo éste es presentado y performado, en cómo interviene en los programas educativos, y en última instancia, cómo todo esto termina produciendo un consenso (imposición) global acerca de del valor de la vida y su relación con el progreso.

Figura 2: póster presentando los resultados de la investigación sobre Sporae Vita.

En resumidas cuentas, Sporae Vita presenta a la vez un objeto de estudio ficticio (la agencia espacial) y una investigación sobre este, y reflexiona como los programas tecnocientíficos regulan los imaginarios de futuro.

En Engineering Fiction, tu trabajo más reciente, presentas un ámbito de investigación al que has llamado Science, Technology and Fiction(al) Studies. ¿Qué buscas encontrar ahí?

Los Science Technology and Fiction(al) Studies (STFS) son una disciplina, por ahora ficticia en el sentido en que no dispone de infraestructura epistémica ni institucional más allá de sí misma, que busca entender la ficción a la vez como un agente -como una cosa que hace cosas-, y a la vez como una forma de investigación válida en las ciencias sociales.

Los STFS combinan por un lado una forma de investigación teórica y empírica más tradicional, con aproximaciones de investigación especulativa y artística, para acercarse a fenómenos que vinculan la producción de la experiencia social del tiempo, las finanzas, la política pública y las prácticas industriales.

Sporae Vita es un ejemplo de la vertiente de investigación artística-especulativa dentro de los STFS: a partir de la construcción de un mundo, sus mitos y sus instituciones tecnocientíficas, este trabajo me permitió explorar las complicidades y contradicciones entre el aceleracionismo, el decrecimiento y la filosofía vitalista desde el concepto de imaginario sociotécnico. También me sirvió para explorar el rol que juegan grandes instituciones tecnocientíficas como la NASA en la construcción de visiones colectivas de futuros a perseguir, a la vez que limitan otras formas de desarrollo (o dicho de otro modo, se convierten en dispositivos de homogeneización productiva y epistémica).

Esto me ha servido para generar nuevos puntos de entrada analíticos a cómo las instituciones contemporáneas producen formas de conocimiento que cristalizan en marcos que (re)definen constantemente categorías que guían el comportamiento colectivo y la relación con los ecosistemas de los que formamos parte.

Además, eres cofundador de Becoming, un estudio de investigación que utiliza el diseño interactivo, la cocreación, el juego y el conflicto para explorar escenarios emergentes. ¿Qué relación tiene este estudio con tu práctica personal?

Igual que Sporae Vita, para mí, Becoming es también un vehículo de experimentación, en este caso colectivo. En 2017 empezamos a hablar con Raúl Nieves acerca de marxismo, lucha de clases, especulación, ecología, cibernética y cambio social. De aquí salió Becoming, que básicamente es un contexto de experimentación donde nos encontramos varias personas de distintos perfiles para hacer y pensar sobre transición ecosocial y tecnopolítica. Los lenguajes y formatos que utilizamos van desde instalaciones interactivas, a juegos y espacios de investigación colaborativa donde la relación entre política, tecnología y futuro están siempre presentes.

Desde hace poco hemos empezado una especie de fusión con la cooperativa de diseño de transición Holon, con miras a poder coordinar nuestra práctica artística y especulativa con su buen hacer en diseño estratégico orientado a la transformación de políticas públicas o la creación de alternativas organizaciones y productivas a las lógicas de explotación contemporáneas.

Respondiendo a tu pregunta, Becoming es, primero de todo, un lugar de aprendizaje compartido a muchísimos niveles (sobre todo personal). También ha sido un lugar donde he encontrado grandes complicidades para indagar en estas preguntas acerca de la función de la ficción en investigación tecnopolítica. Hoy creo que eso forma parte del ADN del colectivo, y es muy interesante ver cómo va tomando forma a medida que otras sensibilidades e intereses van apropiándose del proyecto.

La pandemia ha modificado muchos de nuestros hábitos y rutinas, no solo en el ámbito laboral sino también en lo personal y social. ¿Consideras que estos cambios ya se venían anticipando en los imaginarios que disemina la industria tecnológica?

Como decía antes, una parte fundamental en la producción de imaginarios sociotécnicos son las promesas que se hacen desde la investigación científica y la industria. La pandemia ha servido para que muchas de estas promesas, enmarcadas en este cajón de sastre llamado transformación digital, se terminen cumpliendo. Era un proceso que una serie de actores estaba tratando de forzar, presentándose como un futuro deseable, y que la gestión de la pandemia ha convertido en inevitable. No por casualidad, grandes tecnológicas han visto como el valor de sus acciones y los beneficios que producen se han multiplicado durante el último año y medio.

Teniendo presente que la transformación digital no es intrínsecamente malvada y que ayuda a agilizar gran cantidad de procesos, creo que algunas de sus acepciones reproducen una serie de mitos que ya estaban presentes en la cultura digital pre-GAFAM: en los 90 y los 2000 se decía que Internet democratizaría el acceso a la información, que todo el mundo podría tener una voz que fuera escuchada, y que el nuevo sujeto en los medios digitales sería el prosumer. Hoy vemos que el tráfico en Internet se concentra en pocos nodos que extraen un gran valor y construyen poderosas hegemonías mercantilizando la atención e interacción de sus usuarios. Lo mismo ha sucedido con la economía productiva. Hoy son pocos los actores que hacen de plataforma de acceso al pequeño comercio (Glovos, Ubers, etc.), contribuyendo a una precarización del mercado laboral que ya era grave por sí misma.

Para finalizar, ¿puede esta dimensión imaginaria ayudar al cambio social?

Por un lado, hoy en día parece que hay un clima cultural proclive al está reconociendo del poder transformador de la ficción. Yo lo achaco, grosso modo, a que se ha fracasado reiteradamente en una transformación positiva en lo productivo y lo institucional. Por ejemplo, Yanis Varoufakis acaba de publicar una novela de ciencia-política-ficción donde imagina qué hubiera pasado si el ciclo de movimientos sociales que se dieron entre la primera y la segunda década del siglo XXI hubiera logrado sus objetivos. En algunos casos me parece que la dimensión imaginaria se explora como última opción.

Dicho esto, autores y autoras como Donna Haraway, Richard Sennett, Max Haiven reconocen que vivimos en un momento de parálisis imaginativa por el peso de lo que Mark Fisher llama realismo capitalista (o la máxima neoliberal que dice que “no hay alternativa”). Aquí, estimular otros imaginarios que permitan hacer tangible sensibilidades, relaciones afectivas, políticas, éticas y estéticas radicalmente diferentes, estimulan efectivamente otras maneras de pensar y hacer. La infinidad de textos y obras especulativas en direcciones post-humanistas y post-antropocentristas es un ejemplo de ello. El desafío es encontrar mecanismos que sean capaces invocar estos futuros y estabilizar estas ficciones en la dimensión tecno-socio-material del presente continuo.


Cita recomendada: Mosaic. Entrevista con Andreu Belsunces. Mosaic [en línea], julio 2021, no. 195. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/m.n195.2131

Andreu Belsunces

Sociólogo del diseño y la tecnología. Su investigación se centra en cómo la industria tecnológica, política pública, finanzas e infraestructuras se enredan con las expectativas sociales para producir determinadas formas de conocimiento y visiones colectivas del futuro. Comparte espacios de aprendizaje en Elisava, UOC e IED, donde teje relaciones entre los media studies, pensamiento crítico, ciencias sociales, prácticas especulativas y la investigación a través del arte y el diseño. Es cofundador de Becoming, un estudio de investigación y diseño colaborativo sobre escenarios emergentes. Su trabajo ha sido presentado en MACBA, The Influencers, Hangar, Sónar +D (Barcelona), Medialab Prado (Madrid), Sandberg Institute (Amsterdam), The Wrong Biennale (Internacional) y The New School (New York) entre otros. Escribe en diferentes medios y su trabajo ha sido publicado en libros como Crossmedia Innovations (Peter Lang, 2012) y Design Does (Elisava, 2018). A través de Engineering Fiction observa y experimenta con los componentes imaginarios y mitológicos de sistemas tecnológicos y científicos.

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