Esta semana hablamos con Oscar Guayabero, curador de exposiciones, teórico, asesor y periodista especializado en diseño y arquitectura. En la actualidad combina la docencia en el área de historia del diseño y la imagen de varias escuelas de Barcelona, con el asesoramiento externo en materia de comunicación y proyectos curatoriales. Algunos de los últimos son un par de exposiciones sobre la comunicación y publicidad de la empresa Roca sanitarios y el futuro del baño, por encargo de Roca, líder mundial del sector, con motivo de su centenario; y una exposición sobre Javier Mariscal en Madrid.
Te autodefines con el término «paradiseñador». ¿Puedes hablarnos sobre tu formación y experiencia?
Yo me formé como diseñador de producto, pero en aquel momento, en la Escola Massana donde estudié, hacíamos 5 años y era muy transversal. A pesar de que ese plan de estudios me impidió convalidar mi titulación a universitaria, me preparó para no concebir el diseño como compartimentos estancos, con relaciones con las artes plásticas, la artesanía y las artes aplicadas. Esa mirada abierta hizo que cuando la actividad profesional me llevó a trabajar en el ADGFAD y organizar los Premios Laus durante 9 años, lo viviera con absoluta normalidad. Seguía aprendiendo cada día. Después decidí trabajar como freelance porque lo que más me interesaba era la curaduría de exposiciones. Desde el principio combinaba ese trabajo con escribir sobre arte y diseño en revistas alternativas. Al poco tiempo me propusieron llevar una sección de arquitectura en el diario Avui. Allí seguí aprendiendo, y mucho, era un lujo tener para mí solo a un arquitecto/a que me explicara cómo trabajaba y cómo había hecho un proyecto concreto. Me recorrí Catalunya viendo edificios con sus autores, fue una experiencia muy enriquecedora. Poco a poco fui adquiriendo un perfil más teórico y he acabado (de momento, porque nunca se sabe) haciendo crítica y estudiando el diseño desde todas sus facetas.
Ahora intento mezclar mis proyectos curatoriales con las clases que doy en diferentes escuelas, porque la enseñanza me obliga a estar al día y a seguir aprendiendo. Por otro lado, la faceta como pseudoperiodista la divido en colaboraciones breves en diferentes medios, como Graffica o el blog de ESDESIGN, con estudios y libros de larga confección. Y, finalmente, organizar eventos como las jornadas anuales Disseny per viure. El equilibrio entre esas diferentes partes es vital para mí, por un lado, por razones estrictamente económicas (diversificar te ayuda a aguantar cuando algo falla o se paraliza) y, por otro, para sentir que sigo aprendiendo, mi formación no terminó con los estudios reglados, creo que en realidad esos estudios solo me dieron la oportunidad y la mirada para formarme permanentemente, que no es poco.
En los últimos años, hemos visto como el diseño está apostando por la sostenibilidad y la responsabilidad social. ¿Cómo se están acogiendo esos cambios?
Veamos, somos una sociedad en transición, eso es inapelable. La pregunta es si seremos capaces de transitar hacia modelos sostenibles (ecológicamente, económica y socialmente hablando) o si vamos directamente a una distopía de precariedad y totalitarismo. Por tanto, cada una de nuestras acciones nos dirigen hacia una dirección o hacia la otra, no hay más opciones. Buena parte de las decisiones que implican gasto ecológico se toman en el proceso de diseño. Muchas veces están condicionadas por aspectos de construcción, ingeniería o tecnología, pero también de marketing, posicionamiento de producto… Ahora bien, el rol del diseñador está presente en muchas fases de las decisiones y puede ser proactivo en este sentido. De hecho, muchas veces debería ser él quien pusiera en crisis la misma existencia del producto. Si lo que estamos creando genera más problemas, ecológicos, pero también sociales, de los que resuelve (tanto en la fase de producción, muchas veces deslocalizada, como en el mismo objetivo de producto), habría que replantear la misma idea de sacarlo al mercado. Con absoluto respeto por mis colegas de profesión, creo que el diseño está en una pantalla anterior, decía Victor Papanek:
«Hay profesiones que son más dañinas que el diseño industrial, pero muy pocas. Y posiblemente solo haya una profesión que sea más insincera. El diseño publicitario, dedicado a convencer a la gente para que compre cosas que no necesita con dinero que no tiene para impresionar a personas a quienes no les importa, es quizás la especialidad más falsa que existe hoy en día. El diseño industrial, al confeccionar las cursis estupideces pregonadas por los publicistas, logra un merecido segundo puesto.»
No hemos entendido ese rol del diseño que puede ser parte del problema o parte de la solución. Se ha de repensar casi todo. Hasta ahora, en la mayoría de los casos, el diseño era un medio al servicio de las empresas para situar sus productos en el mercado. El mercado demanda siempre novedades, para seducir. Pocas veces estas novedades van acompañadas de verdadera innovación. El mercado de los coches es un ejemplo. Cada año salen modelos nuevos, pero los avances reales son muy pequeños. Si el diseño se establece como un mediador entre nosotros y el mundo, entre nosotros y los demás y entre nosotros y nuestras propias capacidades, puede mediar en las dificultades reales que tenemos para vivir y vivir mejor, y por eso ha de ponerse al servicio de la innovación social. El diseño no tiene las soluciones, pero puede ayudar a encontrarlas, incluso puede hacer las preguntas adecuadas. La máxima dificultad es apartar la idea de que somos creadores/genios/artistas y que el mundo necesita urgentemente conocer nuestro talento. Aquí, las escuelas tienen un gran papel. Debemos defenestrar la idea de formar creativos iluminados por las musas y tenemos que hacer entender a los estudiantes que el único camino es la empatía.
En el proceso de diseñar, ¿qué va antes?: el «¿qué?», el «¿quién?» o el «¿cómo?».
Bueno, eso sería estructurar la teoría desde cero. Creo que otros lo han hecho antes y mejor que yo. Yo diría que lo que puedo aportar a este respecto sería un cambio entre un diseño basado en la creatividad individual por uno basado en la creatividad empática. Una creatividad individual se basa en unas ideas que van de dentro hacia afuera. Lo importante es el autor, el cliente y solo después el consumidor que ha de caer rendido ante la «originalidad» de la propuesta. Intenta seducir. Tiene que ver con el talento y la capacidad de generar novedad. Por el contrario, una creatividad empática se basa en una realidad pretérita y tiene como objetivo generar unas realidades transformadas. Es un diseño reactivo que parte de la inteligencia colectiva y que tiene que ver con la empatía y la capacidad transformadora. No trabaja con consumidores, sino con usuarios, que a menudo se pueden incorporar en el propio proceso de diseño. Creo que ese es el diseño que podemos ofrecer cuando, como dice Enzo Manzini, «todos diseñan».
En tu reciente estudio, El diseño, de medio a mediador, afirmas que el diseño actúa como mediador. ¿A qué te refieres exactamente?
La mediación intenta interceder entre dos partes en conflicto. En nuestro caso, tenemos un conflicto enorme con el medio ambiente. Pero también con la justicia social, la educación, la crisis alimentaria que ya está muy cerca (de hecho, muchas partes del mundo hace tiempo que viven en una crisis alimentaria permanente), la vivienda, el acceso a la tecnología, la crisis energética y muchos otros temas. Dados estos conflictos, hay colectivos, grupos, cooperativas, sindicatos, pequeñas empresas… que intentan mejorar la situación, desde el ámbito local o el global, desde iniciativas de barrio o de país. Estos grupos suelen necesitar algunas cosas que el diseño puede ofrecer: metodología, experiencia, capacidad de proyectar, herramientas para testar el acierto de lo que están haciendo… El diseño trabaja habitualmente con estas herramientas. Podemos aportar mucho en los procesos de toma de decisiones (se pueden diseñar procesos de participación, por ejemplo). También podemos aportar una mirada a medio o largo plazo, porque estamos acostumbrados a trabajar con períodos más extensos. Hay muchos aspectos que podemos aportar, también, por supuesto, la creatividad. Pero se trata, como decía, de una creatividad reactiva que intenta cambiar la realidad preexistente, no una inquietud únicamente personal de expresión del yo.
En febrero comisariaste la exposición «ABCDario Mariscal», con más de 100 piezas entre las que se encuentran muebles, pósteres, cómics, esculturas o animaciones. ¿Puedes contarnos más detalles acerca de este proyecto?
La exposición se aborda desde la absoluta modestia de una mirada externa a su estudio y círculo íntimo, que ya ha realizado muy buenas retrospectivas, y con la voluntad de dar a conocer, si es posible, algunos aspectos de su trabajo que quizás son menos obvios o conocidos. En el año 1978, Mariscal publica Abcdari Il·lustat, un libro maravilloso hecho desde el desparpajo de un diseñador que aún no ha triunfado y tiene todo por delante. Aquel abecedario me sirve como excusa para recorrer parte de su trayectoria, sin pretensión de ser exhaustivo ni enciclopédico, pero sí de hacer evidentes valores, actitudes y cualidades que quizás quedan apagadas bajo el ruido mediático del diseñador español más famoso e internacional, aunque no por eso más conocido.
Ha sido una sorpresa para el propio Mariscal, acostumbrado a generar exposiciones, como la que se hizo en La Pedrera hace unos años, que se basaban en las instalaciones inmersivas y una gran producción. Esta vez las protagonistas son las piezas, buscando que ellas mismas y su relación generen una narrativa. Es como una especie de unplugged, con muy poca producción, yendo a la esencia.
¿Recuerdas alguna experiencia o proyecto profesional que haya marcado un antes y después en tu trayectoria?
Creo que «Disseny per viure», una exposición que comisarié en 2015, marca un poco mi trayectoria actual. Fue un proyecto largo, dos años de investigación más un año y medio de producción. La exposición tuvo una repercusión bastante notable y además se convirtió en unas jornadas anuales que desde entonces celebramos en el Museu del Disseny. Además, el término «diseño para vivir» se ha empezado a implementar para hablar de un diseño con mirada social, como explica este artículo de Valencia. Poco después se creó, por ejemplo, EDIVI (Educació per al Disseny per Viure), un grupo de profesores de diferentes escuelas que trabajan estas temáticas con sus alumnos. Sin duda ese proyecto me cambió y creo que, aunque fuera en una escala muy pequeña, también cambio un poco la percepción del diseño por parte del propio entorno del diseño.
¿Qué propuestas de diseño destacarías durante la pandemia?
Está la exposición que se ha hecho desde el Museu del Disseny, «¡Emergencia! Diseños contra la COVID-19», que recoge muy buenas iniciativas hechas durante y después del primer confinamiento. Yo pude participar con las jornadas Disseny per viure, dedicadas entre otras cosas a esos proyectos hechos desde la emergencia. En ellas pude conversar con varios de los estudios y autores que participaron de la exposición y me confirmó que la gran mayoría de ellas están hechas desde lo colectivo y sin protagonismos «creativos».
En términos de ciudad, pese a los desajustes y la urgencia con que se hizo, creo que el urbanismo táctico que se ha desplegado en Barcelona es el mayor cambio a escala peatón que ha hecho la ciudad en décadas y que, ajustando y mejorando los detalles, cambiará nuestra manera de vivir la ciudad. Sobre todo, me interesa un aspecto que ha pasado desapercibido. Más allá de la ampliación de las terrazas de bar, la aparición de múltiples espacios urbanos no pensados desde la productividad, es decir, el transporte, la producción y el consumo, es un hecho insólito en Barcelona. Espacios simplemente para estar sin necesidad de nada más.
Para finalizar, ¿puedes avanzarnos alguno de tus nuevos proyectos?
Ahora estoy interesado en generar narrativas alternativas a las distopías que nos han inundado los últimos años, diría que décadas. Creo que necesitamos nuevos imaginarios donde consigamos generar escenarios de sostenibilidad, ecológica, social y económica. A pesar de que no sean factibles en este momento. El crítico y teórico literario estadounidense, de ideología marxista, Frederic Jameson dijo, «hoy parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo». Sabemos bien cómo imaginar futuros distópicos donde hambrunas, regímenes tecnofascistas, pandemias globales que nos convierten en zombis o el abandono del planeta Tierra se muestran con absoluta naturalidad. En todas ellas, esté el mundo gobernado por alienígenas o por dictadores neorrupestres, la economía de mercado, más o menos salvaje, sigue estructurando la sociedad. Pero hay otros modelos, donde el bien común se pone por encima del beneficio personal, donde la inteligencia colectiva sobrepasa los intereses corporativos, donde la soberanía alimentaria y tecnológica asegura una buena alimentación y un Internet democrático.
Me interesa mucho visualizar esos escenarios y me da igual que me llamen iluso o utópico. No parto de la inocencia de creer que porque lo digamos sucederá, pero sí desde el convencimiento de que, si nunca lo imaginamos, nunca sucederá. No hay futuro que haya existido que antes no fuera imaginado. Estoy trabajando en poder visualizar esos futuros deseables, desde la perspectiva del diseño, para que el futuro probable pueda mutar hacia ellos. Será una exposición multiformato con dispositivos en diferentes ámbitos. Aún estoy definiendo cómo y dónde se podrá exponer. Es lo que ahora me tiene ocupado, además de como he dicho al principio, la mezcla de las diferentes ocupaciones que desarrollo en el día a día.
Enlaces relacionados
GUAYABERO, Oscar. El diseño, de medio a mediador [en línea]. Planeta formación y universidades, 2020.
Cita recomendada: MOSAIC. Entrevista con Oscar Guayabero. Mosaic [en línea], mayo 2021, no. 193. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/m.n193.2121
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