A lo largo de la historia del diseño, la polaridad forma-función ha sido una de las referencias fundamentales en el establecimiento de debates que han propiciado la evolución del lenguaje gráfico. El diseño de interfaces, como área de aparición relativamente reciente, no escapa a esta disyuntiva.
La defensa de la funcionalidad se encuentra representada por los teóricos de la usabilidad – con Jakob Nielsen al frente -, que defienden la tesis de que la máxima prioridad del usuario consiste en llegar a la información que necesita de la manera más rápida y sencilla posible. En este sentido, el principio fundamental consiste en disminuir al límite el número de acciones que el usuario debe ejecutar para alcanzar un objetivo, indicándole claramente dónde se localiza éste, y proporcionándole un buen diseño de ruta que impida pérdidas de orientación. Es imprescindible establecer una estructura de interacción óptima, cuestión que se prioriza por encima de cualquier otro factor, incluyendo el diseño de gráficos, la inclusión de secuencias de audio, o la integración de animaciones. Si algo no es útil, no aparece.
En el otro extremo se encuentran quienes defienden la capacidad de los sistemas interactivos como fuente de nuevas experiencias. Los nuevos media se conciben como territorio escasamente explorado del que pueden surgir recursos inéditos para despertar emociones, ya no en el espectador de los soportes tradicionales, sino en la nueva figura del usuario. Cuando éste realiza una acción, ¿quiere limitarse a llegar a un punto determinado, o espera algo más?.
Esta postura puede generar una tensión incompatible con los límites establecidos por los recursos técnicos actualmente disponibles, y saber sacar buen partido de ella supone todo un desafío: al fin y al cabo, si una web tarda demasiado tiempo en cargar, deja de ser emocionante, simplemente porque nadie esperará a descubrir lo que se esconde detrás del eterno mensaje “Cargando…”
Los defensores de un enfoque experimental, preferentemente basado en la capacidad de la imagen y de la integración de medios para provocar procesos no meramente racionales en el usuario, suelen reunirse actualmente en un grupo de sitios web no comerciales interrelacionados (surfstation, k10k, etc.), no aptos para devotos de la usabilidad, y desde los que se han establecido comunidades virtuales en las que confluyen quienes están interesados en intercambiar experiencias relacionadas con el nuevo lenguaje.
No obstante, incluso los autores que forman parte de estas comunidades, suelen autolimitarse cuando trabajan en producciones comerciales, de manera que existe un movimiento de tímido goteo de lo experimental hacia lo usable que parece ser, por el momento, el mejor camino para ampliar los límites impuestos por una subordinación extrema a la funcionalidad.
Las capacidades de la tecnología que soporta los nuevos media son limitadas, y la mayoría de usuarios están todavía entrenándose como tales. No obstante, debemos cuestionarnos si es ésta razón suficiente para justificar una homogeneización del proceso de interacción. La cuestión, en definitiva, es si el diseñador de interfaces debe adoptar una actitud paternalista respecto al usuario, o si puede establecerse un equilibrio forma-función que garantice el derecho del usuario a actuar como un adulto capaz de proponer y de enfrentarse a nuevos desafíos.
Cita recomendada: MONJO, Tona. Antiguos dilemas para nuevos medios. Mosaic [en línea], enero 2002, no. 2. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/m.n2.0204.