Tal y como cantaba Shirley Bassey en la canción de los Propellerheads:
«They say the next big thing is here, That the revolution’s near, But to me it seems quite clear […] That it’s all just a little bit of History repeating».
La letra gira en torno a los supuestos estilos musicales innovadores que en realidad no son sino reciclajes de música de generaciones anteriores que las actuales ya no recuerdan, pero se podría aplicar igualmente a este big thing que sentimos continuamente sobre la IA generativa.
Este número de Mosaic explora los límites, las implicaciones, las motivaciones y el alcance real de esta nueva revolución tecnológica con una serie de excelentes artículos interdisciplinarios. Pero antes de presentarlos, primero dejadme hacer un poco de Shirley Bassey y cantaros esta canción, porque pienso que buena parte del hype que tenemos sobre la inteligencia artificial no es sino otro fragmento de historia que se repite.
«And I’ve seen it before»
Corría el año 2005 de nuestro señor, y la World Wide Web empezaba a formar parte de nuestra vida y muchos sentíamos que había venido para quedarse y cambiar el mundo para siempre. Entonces, el editor de libros técnicos Tim O’Reilly publicó su famoso manifiesto de la Web 2.0 y la revolución comenzó.
Rápidamente se generó toda una serie de discursos alrededor de este nuevo fenómeno. El mundo de los creativos se mostraba distante, si no directamente asustado, por la nueva dinámica y veían en la Web 2.0 la muerte del arte, de la literatura y del diseño de calidad, en un futuro en el que cada persona crearía su propia web, su logotipo, sus poemas y sus películas.
El mundo comercial vio en la Web 2.0 las palabras mágicas para vender cualquier cosa, y decidieron que si todo tenía un botón para decir «me gusta» y reenviar la URL a una red social y todo mostraba colores pastel y rectángulos con las esquinas redondeadas, entonces era Web 2.0, y así habría de anunciarse en todo el mundo.
Los tecnopesimistas veían un mundo de individuos aislados contemplando sus pantallas y consumiendo conocimiento de un océano de tres centímetros de profundidad, mientras que los tecnooptimistas nos hablaban de un nuevo mundo feliz en el que los ciudadanos nos convertiríamos en periodistas y explicaríamos las cosas tal cual son, tal como las vivíamos en ese mismo momento, para acabar así con el monopolio de la verdad en manos de los medios de comunicación de masas.
Los futuristas –intentando conseguir como mínimo unos 15 minutos de la fama mundial que obtuvo Tim O’Reilly– empezaron a lanzar todo tipo de ideas peregrinas sobre cómo sería la web del futuro, que evidentemente tendría el original nombre de Web 3.0. ¿Y por qué quedarse aquí? Así, sin ningún complejo, algunos hablaban de la revolución que supondría la Web 4.0 –con gafas 3D– o la Web 5.0, que incluiría aromas y sabores.
Sin embargo, el tiempo ha puesto las cosas en su lugar: la etiqueta de Web 2.0 corre el peligro de acabar como un elemento más de nostalgia prestada a una canción urbana al estilo de «Nochentera», y las fabulosas Web 3, 4, 5 y 6.0 se encuentran en paradero desconocido, haciendo compañía a los olvidados expertos que las predecían.
La Web 2.0 realmente cambió nuestra vida, pero muy pocas de las situaciones imaginadas por los pesimistas o los optimistas se cumplieron. En vez de otakus aislados en sus casas, lo que tenemos son personas hiperconectadas que intentan seguir las narraciones posmediáticas de centenares de amigos, y los bots y las fake news han hundido el sueño del periodismo ciudadano 2.0.
La lección que finalmente nos da este pequeño fragmento de historia que se repite es que la Web 2.0 nos ha hecho la vida más fácil en algunos aspectos y más difíciles en otros, pero ni los creativos han perdido su trabajo ni los medios de comunicación han desaparecido y, finalmente, los humanos continuamos siendo más o menos los mismos.
«And I’ll see it again»
Si revisamos un poco el hypey el critihype en torno a la IA generativa, veremos que en el fondo tan solo es este fragmento de historia que parece querer repetirse.
Las voces que hablan del fin de la creatividad, de máquinas generando ilustraciones, logotipos, películas y novelas que sustituirán a los humanos son idénticas a las que hacían los mismos paralelismos cassándricos sobre cómo la Web 2.0 dejaría sin trabajo a ilustradores, fotógrafos y diseñadores, y sus predicciones tienen la misma solvencia que las de sus predecesores.
No hay que insistir en que AI-powered es el nuevo equivalente de Web 2.0. Ahora, de repente, si uno crea un algoritmo que haga cuatro cálculos estadísticos rápidos, ya es un state of the art AI, o introducir un plugin que grite ChatGPT convierte a una aplicación móvil en tu insustituible asesor personal.
Respecto a cómo los optimistas y los pesimistas afirman que la IA transformará totalmente nuestras vidas, no hay que hacer ni caso: todas y todos hemos leído centenares de artículos sobre los cataclismos que la IA provocará, y también nos han explicado cómo mejorarán todos los aspectos de nuestra vida.
Ahora bien, con una World Wide Web y unas redes sociales más maduras y frecuentadas, es casi imposible no toparnos con alguna entidad humana futurista que nos explique cómo será el futuro próximo y cómo este o aquel modelo o programa es todavía mejor que ChatGPT o que Bard, o que el futuro todavía consistirá en combinar aromas para generar experiencias únicas, ¡porque ahora la mezcla la realizará una IA!
La realidad, una vez más, no es ni la humanidad esclavizada por una todopoderosa IA ni la utopía en la que las máquinas nos hacen todo el trabajo y nosotros –como decía Marx en La ideología alemana– podremos dedicarnos «hoy a esto y mañana a aquello; a cazar por la mañana, pescar por la tarde y cuidar el ganado por la noche, y después de comer, si me apetece, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos». La realidad es que algunos oficios desaparecerán, surgirán otros nuevos y muchos se transformarán, pero los humanos continuaremos siendo básicamente la misma cosa.
Esto no significa ni mucho menos que no haya que preocuparse por esta nueva revolución. Si bien es verdad que no todo cambiará para bien, y somos nosotros quienes tenemos que decidir al final qué cambios son positivos y cuáles hay que guardar en el cajón. Es necesaria, por lo tanto, una reflexión informada que permita separar lo bueno de lo malo, la predicción gratuita del peligro real. En este número tenéis cuatro artículos que llevan a cabo perfectamente este trabajo y que os animo a leer con tranquilidad y juicio crítico para compensar tanto hype y critihype.
La catedrática y doctora en informática Karina Gibert nos ofrece una introducción esclarecedora sobre la inteligencia artificial, explicando su historia y distinguiendo entre los acercamientos simbólicos y los basados en redes neuronales, y nos da las bases para entender mejor las posibilidades y los peligros de la IA generativa.
«Desmitificando la inteligencia artificial: entre alarmas y realidades», del filósofo Ferran Adell, continúa el trabajo de clarificar estas posibilidades y peligros de manera sistemática, informada y sin alarmismos, distinguiendo entre las problemáticas interesadas que algunas personas nos quieren hacer creer que conllevará la IA generativa y aquellos problemas reales y actuales de los que sí debemos hacernos cargo.
Una reflexión genérica, como la que ofrecen ambos artículos, debe ir acompañada de un análisis de sus aplicaciones específicas. El impacto de la IA generativa no será el mismo en todas las disciplinas y actividades humanas. Así, los siguientes dos artículos cambian el enfoque y analizan de manera rigurosa cómo la IA generativa supondrá cambios en dos campos específicos.
El artículo del teórico del diseño Ariel Guersenzvaig y del investigador en inteligencia artificial Javier Sánchez Monedero explora cómo el uso sistemático del LLM, para ahorrarnos la tarea de leer referencias y dejar que la IA nos haga un resumen de estas, puede tener consecuencias no deseadas, y nos habla de la necesidad de ser crítico con el uso ingenuo de la IA generativa en la investigación científica y en humanidades.
Finalmente, el texto del filósofo Argel Sans Pinillos argumenta cómo un catálogo digital organizado a partir de la IA generativa, si se utiliza de manera correcta, puede –partiendo de un modelo abductor para su construcción y organización– ayudar a detectar sesgos en las actuales ofertas culturales de museos y a ponerles remedio.
La revolución está aquí y, sin alarmismos, tenemos que reflexionar sobre qué implica, y saber parar a tiempo sus consecuencias negativas. Permitidme, para cerrar, unos versos más de «History Repeating»:
«Life’s for us to enjoy Woman, man, girl and boy, Feel the pain, feel the joy Aside set the little bits of history repeating».
Cita recomendada: CASACUBERTA. David. Just a little bit of history repeating. Mosaic [en línea], julio 2023, no. 199. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/m.n199.2307
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