Sónar Multimedia es, en primer lugar, una experiencia de contraste. Porque no es habitual que una muestra de arte multimedia se englobe dentro de un festival de música electrónica (Sónar lo lleva haciendo desde siempre, pero siguen siendo únicos en su especie). Y eso se nota.
La experiencia que envuelve al cronista es, cuando menos, chocante, ya desde el primer minuto. Cuando uno pasa a por la acreditación de prensa, en el complejo de la Casa de la Caritat, se ve acompañado, como de costumbre, del habitual entorno ‘cultureta gafapasta’ del que ya casi se siente parte, a base de visitar Offfs y Art Futuras. Pero aquí no están en mayoría. Porque, recalquémoslo, esto no es solo un festival de arte multimedia, y aquí el ‘moderneo’ que se lleva es el de festival musical. Y electrónico, por añadidura. Y la prensa, como corresponde, se adapta al medio y adquiere sus tics… y sus colores y ropajes. Además, donde normalmente uno ve mucho medio escrito, aquí las radios y las teles tienen una presencia que, si no mayoritaria, como mínimo es mucho más espectacular que la que podría verse en festivales más al uso. Y, finalmente, no puede uno dejar de sorprenderse, como neófito, de que haya más prensa de fuera que local. Y es que aunque los festivales multimedia locales tengan un eco internacional más que notable, nada se compara con el ‘ruido’ que genera Sónar, que trae un espectacular desembarco de prensa musical especializada que, supone uno, después continuará su peregrinaje rumbo Ibiza…
Una vez recogido el pase de prensa el nivel de desorientación no hace más que crecer. Porque si la prensa no es la misma, qué decir del público y el ambiente… Para llegar a Sónar Multimedia hay que pasar, sí o sí, por Sónar de Día. Eso implica, primero, salir de nuevo a la calle. Las lluvias de las últimas semanas han dado una tregua a Barcelona y un sol de justicia cae a plomo sobre el barrio del Raval. Choca uno, primero, con la cola de gente que accede al recinto del festival. Las colas de Offf pueden parecer enormes. Y lo son, para un festival de su tipo. Pero no tienen nada que ver con la aglomeración que genera Sónar. Aquí está, efectivamente, un nutrido destacamento que parece salir de las escuelas de diseño de Barcelona y cercanías, como en Offf… pero aquí se ve rodeado por falanges de todas las tribus urbanas afines a los ‘sonidos avanzados’ de Sónar. Tanto, que a veces uno los pierde entre la multitud. Dentro, una vez hecha la escala pertinente en la zona de prensa, con sus providenciales ventiladores, frente a los que es obligado pararse y recuperar la respiración, llegamos al espacio musical. Deben ser las cinco de la tarde. La radiación solar, apabullante, parece confirmar la hipótesis. Pero todo lo demás pone en tela de juicio lo que nos dicen las manecillas del reloj. Y es que el sonido se corresponde más con las cinco de la mañana, en algún local nocturno. Y las actitudes de la gente, también, en todas sus versiones: los de la barra del bar, los que llenan el ambiente de olores ilícitos, los que se cimbrean lentamente como si estuviesen en trance, los que se agitan, justo a su lado, a un ritmo mucho más acelerado, frenético a veces… Pero esto es Sónar. Y el escenario y los actores son los correctos. Incluso a esta hora. Solo es el cronista el que está descolocado, en un fuera de juego más que flagrante.
Sónar de día, Casa de la Caritat
Recuperados, parcialmente al menos, del shock inicial, toca abrirse paso entre la multitud. Alcanzamos, primero, la calma relativa del patio de la Casa de la Caritat y las cosas adquieren categorías cercanas a lo habitual. Nos adentramos, a continuación, en el auditorio del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB, para los iniciados). Y comenzamos a sentirnos como en casa. Porque aquí ya jugamos como equipo local. Sí, hay un escenario musical que no es el habitual. Pero tampoco es infrecuente. Y las propuestas, menos masivas, son más cercanas a las que se ofrecen aquí con una cierta frecuencia. Menos decibelios, innovación, ritmos más pausados, públicos algo menos numerosos y, sobre todas las cosas, una temperatura más humana, una vez refugiados del sol abrasador. Esto ya parece más lo que habíamos venido a buscar. Cruzamos el auditorio y entramos, finalmente, en SónarMatica, quizá el espacio más destacado de Sónar Multimedia y, eso seguro, el más cercano a Mosaic. Hemos recobrado nuestra cotidianeidad.
La propuesta de este año de todo Sónar Multimedia es ambiciosa. Dicen los textos que nos invitan a entrar que, por primera vez, un único hilo conductor, el del cine, vincula todo el discurso. Hasta tal punto que el recorrido por la exposición lo puntúan diversos objetos de la colección del Museo del Cine de Girona. Aparatos de otro siglo que evidencian la voluntad de homenaje de las instalaciones que los acompañan.
El primer paso es la poesía de animación que compone el japonés Takashi Kawashima. En Takashi’s Seasons el japonés se acompaña de su compatriota Togo Kida para combinar la animación generada por ordenador en tiempo real con otra animación en tiempo real proveniente de tiempos mucho más remotos, anteriores incluso al séptimo arte: las sombras chinas. El contraste, otra vez presente en esta crónica, no es desequilibrio, sino armonía: ambos intérpretes saben recuperar lo mejor de cada campo, combinarlo y obtener unas cuatro estaciones de gran lirismo. El espectáculo, casi circense, atrae tanto a pequeños como a mayores. Y buena parte de ellos se asoma a las bambalinas para descubrir los secretos de los magos. Como solo sucede con los grandes trucos, ver la trampa no disminuye ni un ápice lo atractivo de la propuesta.
También es contraste, esta vez sí desequilibrante, lo que propone Marnix de Nijs en The Beijing Accelerator. El artista refleja en su obra el vértigo que le produce la capital china. Y pretende comunicarlo al espectador, que para ello debe convertirse en actor de una atracción de feria en la que debe convertir en movimiento físico, real y palpable, lo que el artista le alimenta visualmente. Inevitablemente, el frenesí urbano pequinés derrota al usuario/jugador/espectador, que se rinde ante la urbe.
Nova Jiang presenta, a pocos pasos de distancia, una propuesta similar en muchos aspectos. Se trata, de nuevo, de convertir al espectador en participante activo y de conjugar el movimiento filmado con el físico. El instrumento, esta vez, es un columpio, al que se sube el invitado, frente al que se proyectan imágenes que responden al movimiento de este…
No todo es, sin embargo, interrelacionar movimiento y proyección cinematográfica. También encontramos la propuesta de Julien Maire con DemiPas que, como los japoneses, vuelve a crear un espectáculo cercano al cine pero con elementos arcaicos. Maire construye pequeñas cajas, mecánicas y transparentes, dentro de las cuales una figura desarrolla un movimiento relativamente sencillo. Posteriormente acumula sus cajas frente a un proyector y la acción de cada una de las cajas se combina sobre la pantalla en un espectáculo a medio camino de un teatro mecánico y el cine de Segundo de Chomón, con resultados tremendamente atractivos.
Julien Marie, DemiPas
Los conceptos mucho más avanzados (aunque si se quiere, ya no estrictamente de vanguardia), como la realidad aumentada, son los que trae Julian Oliver con levelHead. Una cámara controla como los visitantes mueven un cubo sobre una mesa. Sobre cada una de las caras del cubo, un código de puntos permite a un ordenador saber, primero, qué cara muestra el usuario a la cámara y, después, qué inclinación le está dando. Sobre la pantalla, lo mostrado es mucho más sofisticado: en el interior de un cubo vive un personaje y, al inclinarlo, lo hacemos mover de una cara a otra e interactuar con los demás objetos que habitan su universo.
Julian Oliver, levelHead
Pero pocos pasos más allá volvemos al cine primitivo, combinado con la informática. Juan Carlos Ospina Gonzalez, protegido por las iniciativas artísticas de Benetton, trae Flipbook!, que acerca, principalmente a los asistentes más jóvenes, la magia de la animación tradicional y el papel cebolla, que reinterpreta gracias al ordenador. Impresiona ver como visitantes que, por edad, uno considera más herederos de la tradición Pixar que de la de Disney son capaces de crear joyas —primitivas, pero joyas— usando los métodos de este último.
Y así, siempre en el contraste, se recorre la edición de este año de Sónar Multimedia. De obra en obra, de salto en salto pero siempre, haciendo honor a lo que dice la organización, rindiendo homenaje al cine.
Sónar Multimedia sabe a poco. Primero por lo atractivo de algunas de las propuestas y, después, porque la magnitud de Sónar de Día, aún sin quererlo, empequeñece una propuesta que uno querría más atractiva para el público masivo del festival musical. Toca, qué remedio, esperar a ver qué nos traen el año que viene.
Cita recomendada: CÓRCOLES, César. Sónar Multimedia 08. Mosaic [en línea], junio 2008, no. 66. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/m.n66.0830.