Universitat Oberta de Catalunya

Textura en tiempo real: de la materia al píxel como lenguaje sensorial y performativo

Desde tiempos antiguos, la textura visual ha sido un medio para expresar ritmo, materia y presencia en el arte.

En las prácticas matéricas clásicas (como las obras de Antoni Tàpies), la textura es la huella del gesto, el accidente, la capa física que constituye la imagen misma. El grano, la rugosidad y las imperfecciones no son solo efectos visuales, sino registros de un proceso y una historia: una corporeidad táctil que el espectador siente y reconoce.

Antoni Tàpies working
Figura 1. Antoni Tàpies trabajando en su mural, por Jim Raket. Fuente: Wikimedia Commons

Con la llegada de las tecnologías digitales, esta idea de textura se transforma profundamente. En el arte digital contemporáneo, la textura deja de ser una superficie estática para convertirse en un fenómeno vivo, mutable y en constante evolución.

La textura digital se comporta en tiempo real: se modula, se retroalimenta y responde a estímulos externos como el sonido, los datos o el gesto. En cierto modo, lo que antes era huella física ahora se convierte en comportamiento. Lo visible ya no se deposita sobre la superficie: sucede.

Un elemento clave en esta transición es el ruido procedural, un fenómeno que vincula las texturas matéricas con las digitales.

Algoritmos como el ruido Perlin se inspiran en patrones naturales y orgánicos (como la distribución de materiales o la vibración física) y los transfieren al plano digital, generando superficies visuales que imitan y expanden lo natural. Estos procesos no solo emulan la materia: reconfiguran la manera en que la percibimos al activar una percepción háptica de la luz y la variación, donde la textura deja de ser superficie fija y pasa a comportarse como evento u organismo, algo que se siente más que se identifica.

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Figura 2. Ejemplo gráfico de ruido Perlin, por Lord Belbury. Fuente: Wikimedia Commons

Este diálogo entre materialidad, gesto, azar y tecnología nos invita a replantear qué entendemos por textura hoy.

¿Es todavía una huella, una piel o más bien un comportamiento activo?

¿Cómo se traduce la experiencia sensorial cuando la textura ya no puede tocarse, sino solo percibirse digitalmente?

Estas cuestiones abren un campo de investigación en constante mutación, en el que el código, el tiempo real y la percepción expandida desafían las categorías tradicionales y exigen un nuevo vocabulario sensorial.

En mis propias experiencias con sistemas generativos, la textura deja de ser una representación visual para transformarse en un diálogo entre control y deriva, una conversación entre lo que imagino y lo que el código decide mostrar.

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Figura 3. Salt Seascapes (fotograma de pieza generativa). Fuente: Marta Verde, 2025. Imagen cortesía de la artista

Si observamos la textura en tres momentos diferenciados: en el arte matérico clásico, el contemporáneo y el digital actual, aparecen características que evidencian tanto continuidades como transformaciones.

En el arte matérico clásico, representado por Tàpies, la textura es una huella directa y corpórea del gesto: una capa física que transmite historia, memoria y afecto. El accidente y la rugosidad son resultados del contacto tangible entre la mano y el material, convirtiendo la superficie en un tejido lleno de irregularidades significativas.

El arte matérico contemporáneo, que atraviesa el fin del siglo XX y la actualidad, introduce materiales mixtos y procesos híbridos que amplían el concepto clásico. La textura ya no es solo materia: puede ser superficie sintética, orgánica o incluso conceptual.

Artistas como Anselm Kiefer o Anish Kapoor exploran esa ambigüedad en la que lo táctil convive con lo simbólico, ampliando la experiencia sensorial y conceptual. Estas obras preparan el terreno para un nuevo tipo de materia: aquella que no se toca, pero se percibe.

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Figura 4. Anish Kapoor, Internal Object in Three Parts (2021). Fuente: Wikimedia Commons / Mark B. Schlemmer

La textura digital en tiempo real se articula en un plano distinto: aquí, la textura es procesual, viva y mutable, resultado de códigos y algoritmos que generan patrones, ruidos y gestos autónomos. La textura deviene en un fenómeno temporal y performativo que evoluciona con el tiempo y la interacción, extendiendo la percepción hacia una experiencia audiovisual y multisensorial en la que la piel se convierte en un campo de datos y posibilidades infinitas.

En estas obras, el cuerpo del espectador no desaparece: se convierte en sensor, en receptor de una vibración que ya no está en la materia, sino en el flujo.

Este recorrido muestra que la textura no es solo un efecto visual o una cuestión material, sino un lenguaje dinámico que se reconfigura según las herramientas, las tecnologías y los contextos presentes.

A la vez, nos invita a pensar cómo la experiencia de la textura ha evolucionado desde la contemplación física hasta la inmersión digital, planteando preguntas sobre continuidad, transformación y nuevas formas de sensibilidad.

La textura digital no estática representa un cambio radical en nuestra experiencia visual. Ya no es una superficie fija, sino un proceso dinámico que se despliega en tiempo real. En las prácticas de live visuals, live cinema o performances audiovisuales, la textura se convierte en un evento que respira y evoluciona ante los ojos de artistas y espectadores.

Artistas como Ryoichi Kurokawa o Joanie Lemercier han explorado esta condición expandida, en la que la luz se comporta como materia maleable, y la textura se transforma en una arquitectura efímera del tiempo. Estos procesos se caracterizan por la interacción entre variables como el azar controlado, la retroalimentación (feedback) y el ruido, que generan una organicidad algorítmica.

A diferencia del accidente físico matérico, en el que el error es fortuito, en la textura digital el azar se integra dentro de sistemas generativos diseñados para responder, mutar y cocrear en cada ejecución. Esto dota a la textura de un carácter impredecible, singular y efímero.

En esta lógica, el azar deja de ser enemigo del control para convertirse en instrumento poético: una estrategia para pensar el tiempo y la sensibilidad desde la incertidumbre. Por lo que, en esta experiencia, la textura es también un fenómeno multisensorial.

La percepción visual se entrelaza con el sonido y el gesto, configurando una atmósfera sinestésica en la que el espectador no sólo mira, sino que escucha una trama viva que fluctúa. La textura digital se despliega como un lenguaje performativo, activo y abierto, invitando a una escucha expandida que trasciende la mera visión.

Esta «escucha visual» es la base de muchas prácticas audiovisuales contemporáneas como el VJing o la performance, en las que oír y ver se funden en una única percepción táctil de la imagen.

Este nuevo paradigma pone en cuestión el concepto tradicional de obra acabada, privilegiando el evento y la ecuación abierta. La textura se convierte, así, en una forma de pensamiento que acontece. Numerosos artistas han expandido el concepto tradicional de textura hacia nuevas dimensiones digitales. En el ámbito matérico, Tàpies sigue siendo un referente clave por su énfasis en la densidad, el azar y la memoria del gesto.

En el universo digital, Zach Lieberman produce líneas que vibran y laten (evocando el trazo manual, pero sin anclaje físico); la textura es movimiento y coreografía visual.

Manolo Gamboa Naon, por su parte, despliega constelaciones de grano y manchas, un caos ordenado que oscila entre lo natural y lo electrónico.

Otros creadores, como Quayola o Nicolas Sassoon, trabajan en ese umbral entre el gesto y el algoritmo, transformando lo pictórico en patrones de luz que conservan una vibración casi táctil.

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Figura 5. Quayola / Seta, Transient. Fuente: Flickr / Ars Electronica

Un caso especialmente relevante en la escena actual es el del artista francés William Mapan, quien encarna una síntesis fértil entre la tradición matérico-textural y los lenguajes del código. En proyectos como Dragons o Anticyclone, Mapan emplea algoritmos generativos para producir obras con una densidad visual que evoca la materia pictórica. La superficie digital adquiere una materialidad sumergida, en la que los algoritmos de ruido y modulación generan paisajes que, aunque nacen del código, mantienen una resonancia táctil y atmosférica similar al óleo o al grabado.

Mapan reivindica el azar, el error y la sorpresa como motores creativos, aproximando la textura digital a lo sensual y lo imperceptible. Sus piezas evidencian que la textura puede seguir siendo un campo de exploración sensorial en el arte generativo, actualizando la pregunta por la piel de la imagen y la emoción que produce.

Si en Mapan el error se sublima, en otros artistas se convierte directamente en materia expresiva.

El campo del glitch y la estética del error han cobrado un espacio central en el debate contemporáneo sobre la textura digital. La artista y teórica Rosa Menkman destaca por su enfoque dual, combinando obra visual y reflexión crítica en The Glitch Moment(um). Menkman entiende el glitch no como un fallo, sino como una «interrupción maravillosa» que abre nuevas formas de sentido y experiencia. Sus trabajos revelan la arquitectura interna del código y actúan como nuevas texturas de comunicación electrónica.

En esta línea, Phillip Stearns o Sabato Visconti trasladan el glitch a impresiones textiles o fotográficas, reintroduciendo la materia en la distorsión digital: una suerte de «retorno táctil» del error.

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Figura 6. Glitch Art por Rosa Menkman. Fuente: Wikimedia Commons / Flickr

En línea con esta poética del error, Andrew Benson (Pixlpa) se especializa en la generación de texturas a través de shaders y distorsiones digitales.

Benson trabaja con imágenes en tiempo real, creando superficies que fluctúan y se descomponen, invitando a una reflexión sobre la fragilidad del signo visual y la naturaleza cambiante de lo digital.

Su obra podría entenderse como una arqueología del píxel: cada glitch es una capa temporal, una vibración que revela el pulso interno de la máquina.

En el ámbito performativo y experimental, el portugués Pedro Maia constituye un puente vital entre lo matérico analógico y lo digital. Basándose en el cine en 16 mm y 8 mm, Maia manipula y escanea materiales físico-analógicos para construir visuales que parecen texturas orgánicas en continua metamorfosis. Su trabajo extiende la herencia plástica del celuloide hacia un espacio híbrido en el que convergen lo material, la tecnología y el sonido. Maia ha presentado sus piezas en festivales y museos internacionales de renombre, colaborando con músicos y artistas plásticos en proyectos colectivos de gran resonancia. En sus performances, la textura es tiempo revelado: una memoria en movimiento.

Además, artistas como Casey Reas o Maotik exploran la textura como estructura algorítmica y como espacio inmersivo de datos, respectivamente, ampliando el vocabulario visual hacia lo biomórfico y lo sensorial extendido.

En ambos casos, la textura se percibe como fenómeno envolvente, no como superficie.

También proyectos recientes de Anna Carreras muestran cómo la textura digital puede comportarse como un ecosistema autónomo, en el que cada píxel tiene su propio pulso vital. En el trabajo de Carreras, la programación se convierte en un proceso casi botánico: el código germina, crece y se bifurca como una forma de vida. Sus sistemas generativos encarnan una sensibilidad compartida entre lo orgánico y lo digital, en los que la textura deviene comportamiento.

Estos referentes demuestran cómo la textura en arte digital se nutre de múltiples fuentes: la intervención del azar, el saber técnico, la búsqueda estética y la voluntad de expandir la experiencia sensorial.

Son ejemplos paradigmáticos del diálogo continuo entre materia y píxel en el arte contemporáneo.

Uno de los grandes saltos de la textura digital radica en su relación con el tiempo.

A diferencia de la superficie tangible, que se fija y permanece, la textura generada por algoritmos sucede en el presente: se despliega como un evento. El código permite modelar flujos que se nutren de lo aleatorio, del feedback y de las variables externas, rompiendo la linealidad del proceso clásico.

En la práctica audiovisual en directo, esta temporalidad se convierte en lenguaje: cada ejecución es una variación irrepetible, un diálogo entre la intención y el accidente.

Este carácter temporal transforma la experiencia visual: lo que vemos nunca es igual a sí mismo, sino que deviene, cambia, fluctúa en contacto con otros procesos (el sonido, el movimiento, la intervención del público, fuentes de datos…). Lo performativo se convierte en componente clave; la textura se revela como el resultado de una coreografía abierta donde las imágenes respiran y el control es solo parcial.

Si Tàpies dejaba que la materia hablase, hoy dejamos que el código respire.

Así, la percepción de la textura se amplía, desbordando el plano físico: lo audiovisual adquiere profundidad sensorial, invitando a una escucha visual, una mirada háptica, una inmersión suave entre ruido, azar y algoritmo.

Se abren posibilidades para imaginar la textura no sólo como superficie, sino como campo de fuerzas: ritmo, pulso, vibración que conecta lo matérico, lo digital y lo perceptivo.

La pregunta persiste: ¿qué hacemos ahora que la piel de la imagen es tiempo, dato y comportamiento?

¿Cómo educar la sensibilidad para percibir estos nuevos lenguajes entre materia, código y percepción sensorial?

Llegados a este punto, la textura aparece como un lenguaje que atraviesa épocas, materias y tecnologías. Si en su origen fue huella física y accidente matérico, hoy se abre a comportamientos, procesos algorítmicos y experiencias sonoras. La textura digital no simula la materia: propone nuevos modos de estar en el tiempo, el espacio y la percepción.

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Figura 7. Fotograma de Prima Materia.Performance AV con José Venditti. Fuente: Marta Verde. Archivo personal / colección de la autora. Licencia: todos los derechos reservados

Este desplazamiento invita a preguntarse: ¿qué sensibilidad necesitamos para «escuchar» la textura digital, para reconocer su poética del error, el azar y la interacción?

¿Qué papel juegan el feedback, el tiempo real y el cuerpo (presente o ausente) en la construcción de un lenguaje visual experimental?

Más allá de respuestas cerradas, este artículo aspira a dejar abiertos interrogantes para futuras exploraciones:

  • ¿Cómo formar la mirada y el oído ante estos fenómenos?
  • ¿Puede la textura digital devolvernos algo esencial de la experiencia artística: esa vibración entre expectativa, sorpresa y sentido?
  • ¿Se convierte el código en la nueva materia o la materia rebrota en el código como nostalgia de una fisicidad perdida?

Quizá la textura digital no nos aleje de la materia, sino que nos devuelva su respiración: una vibración entre lo visible y lo inaudible, entre la memoria del gesto y el presente del píxel.

Habitar ese umbral, donde el azar se convierte en lenguaje y el código en materia viva, es, tal vez, el nuevo modo de sentir la imagen.


Cita recomendada: VERDE, Marta. Textura en tiempo real: de la materia al píxel como lenguaje sensorial y performativo. Mosaic [en línea], noviembre 2025, no. 205. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/m.n205.2512

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