Universitat Oberta de Catalunya

Multimedia somos todos

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La disposición de lo musical como una suerte de enclave autónomo ejemplar constituye uno de los supuestos más profundamente arraigados de nuestra cultura. Al menos desde la filosofía pitagórica, lo musical no sólo remite a un ámbito de relaciones ideales, sino que lo hace además desde una pulsión recibida con el poder de la experiencia de un mito que se narra con voluntad cosmogónica. Nos resulta fácil entender -tender a- la naturaleza autónoma de lo musical. La noción de armonía que se administra en esta condición autónoma implica en última instancia la pertinencia del propio sentido de justicia. Y del ethos al pathos, semejante condición forma parte de los requerimientos más característicos de un discurso romántico exacerbado, hasta convertirla en elemento de redención excepcional frente a la condición trágica de la existencia. Estoy pensando en Schopenhauer o Nietzsche, por poner un ejemplo característico. En definitiva, esta típica condición de lo musical implica un complejo trasfondo ideológico que recorre el sentido de las razones y los actos, las ideas y los sentimientos, y señala ejemplarmente los límites del papel transformador del arte.

Por el contrario, en general podemos decir que las condiciones de posibilidad dispuestas por los medios de producción característicos de la modernidad tienden a disolver, en todos los sentidos, el carácter autónomo de los medios artísticos. De esta manera, la superación de la autonomía del arte no resulta tanto una posibilidad más o menos deseable en términos ideológicos, sino una consecuencia previsible en términos materiales. Frente a una tarea transformadora de la vanguardia más testimonial, voluntarista y anunciatoria que materialmente efectiva, la mezcla y disolución de categorías y medios artísticos tradicionales viene a darse por las propias condiciones de posibilidad de los medios de producción modernos. Lo multimediático sería un resultado de esta mezcla, que termina surgiendo como efecto (o diríase apocalípticamente, urgiendo por defecto) del pletórico rastreo del desarrollo tecnológico y su incorporación minuciosa a los estilos de vida cotidiana.

Ruido, ruido, ruido

Lo multimediático se impone en este sentido como una condición aparentemente necesaria del sistema de producción. Quizás la introducción futurista del ruido supone una transgresión voluntarista de un ámbito autónomo de la creatividad basado en el desarrollo ideal de relaciones conformadas en torno a la noción de armonía. Puede suponerse al intonarumori como una abrupta irrupción de lo multimediático, en tanto resumen sonoro del conjunto de experiencias dispuestas por el escenario cotidiano de la modernidad. Pero más allá de los esfuerzos de la vanguardia por abrir brecha en este sentido, los efectos de este escenario se aplican ad hoc en fenómenos que pertenecen al propio campo productivo de la cultura de masas. Pienso en la práctica desacomplejada y espontánea de incorporar a una guitarra tradicional unas bobinas para amplificar el sonido, a costa de asumir elementos espurios frente a la fijación coherente del timbre tradicional. Y más, el posterior desarrollo de un lenguaje específico basado en poéticas del feedback y el overdrive. La valoración de lo saturado como principio de una dinámica que presiona materialmente sobre cualquier intento de clausurar cierres de tipo ideal. Y todo el sentido del fenómeno administrado mediante la negociación tácita de una lógica popular que tiende a valorar sustancialmente lo que, desde una perspectiva idealizada, se percibe no sólo como circunstancia anecdótica, sino como incomodidad inconveniente de lo que se tiene por espurio.

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“Cuando el 1 de Agosto de 1981 la cadena MTV comienza su emisión con “Video Killed the Radio Star”, se conviene históricamente que nos encontramos ante un mero cambio de paradigma propagandístico”.

Pero las categorías que constituyen el juicio estético tradicional están fuertemente arraigadas. De manera que el poder de integración dispuesto por las condiciones de posibilidad de los medios de producción actuales -su potencial transformador como mecanismo multimediático-, tiende a quedar reconducido ideológicamente hacia los canales de producción y consumo ya establecidos, incluso cuando se dan circunstancias para generar cambios paradigmáticos. Cuando el 1 de Agosto de 1981 la cadena MTV comienza su emisión con Video Killed the Radio Star, se conviene históricamente que nos encontramos ante un mero cambio de paradigma propagandístico. Sin embargo, lo que se propugna es un cambio cultural que podría resumirse en la constitución de un gusto específico a resultas de una valoración en bloque de lo audiovisual. Es decir, ante este ejemplo lo visual no compone un fenómeno diferenciado y de segundo orden que viene a apoyar a lo musical. Ambos medios componen un bloque íntegro de experiencia. Lo multimediático es una realidad cultural efectiva en esta circunstancia cotidiana. Y sin embargo, este despliegue termina inexorablemente reconducido hacia una reinversión del carisma personal, hacia una solución de carácter individualista, hacia una amortización resuelta mediante el valor lujoso de la estrella pop.

A pesar de esto, estamos ante una incesante integración general de medios en un bloque de experiencia compartida colectivamente. Y la música se sitúa cada vez más como excrecencia. Ya no se trata de que tenga que compartir valoración equitativa con lo visual en un nuevo medio que la engloba y la excede. Un anuncio actual de Movistar nos anima a contemplarla sólo como motivo de recuerdo de una persona a quien llamar. La música no invita aquí a convertirse en protagonista de nuestra reflexión concentrada, sino a proponerse como invitación de participación colectiva. Se trata de un síntoma, todo lo restringido que se quiera, de que la música se convierte en nexo, en medio político y no en fin artístico. Esto que sucede ahora, supone un planteamiento radicalmente alejado de la disposición tradicional del sujeto frente al fenómeno artístico, de las pautas de recreación personal establecidas en el diálogo entre sujeto y objeto mediado por un principio de autonomía. Puede que eso encierre algún tipo de pérdida preocupante, o puede que disponga un fenómeno en la estela de aquel anuncio benjaminiano que hablaba de un cambio de paradigma basado en la sustitución de concentración por dispersión de la experiencia. Y hay que recordar que eran reflexiones proyectadas al encuentro directo con el potencial transformador del arte, hacia lo revolucionario y frente a una dinámica social de organización fascista. Formalmente, parecería que la singularidad del fascismo reside en promover un culto fascinado por la personalidad del líder. Pero observando fenómenos característicos en la historia reciente de nuestra industria cultural, encontramos que se mantienen criterios de evaluación tradicionales mediante la ejecución apoteósica de la noción de identidad en torno a la figura de la estrella. Se trata de una concordancia demasiado sospechosa.

El modelo Youtube

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“Youtube escenifica una asimilación masiva de la desviación de uso como norma”.

Dos décadas después de la oportunidad perdida para evaluar radicalmente el poder transformador de lo multimediático ante el escenario dispuesto por la generación MTV, Youtube escenifica un nuevo cambio de paradigma generacional marcado por el derrumbe de las viejas estructuras productivas de la industria cultural.

En Youtube se disuelve un uso totémico de la televisión marcado por la emisión inequívoca de realidad, y por la ordenación lineal de un sentido espacio-temporal. Pero además, dispone un modo de uso que definitivamente confunde tanto papeles adjudicados tradicionalmente como criterios de valoración. Y es en el modo de uso donde la pedagogía política potencial de cada medio se impone por propio calado cotidiano.

La horizontalización de la producción dispuesta por Youtube supone una confusión entre emisor y receptor, una difuminación del enclave tópico y una apertura al principio de simultaneidad, una disolución del sentido de género en lo genérico, una aparición estallada de lo anecdótico frente a la necesidad de hilar un gran relato, y una rebaja de definición a pesar de que las multinacionales hayan entendido que el futuro de la televisión es en HD. Por las propias condiciones de posibilidad de los medios de producción actuales, Youtube escenifica una asimilación masiva de la desviación de uso como norma. El sueño estético de la vanguardia y el reclamo ético de los estudios culturales está ahora en manos de una nueva generación ausente del protagonismo totémico de la televisión. Cuando el carácter incisivo de una racionalidad instrumental ha generado una cultura de explotación que nos tiene al filo del desastre ecológico, la baja definición, el modo rizomático de relación, la rebaja del sentido de lo narrado hasta niveles ínfimos o la facilidad de mutación, mecanismos todos de dispersión benjaminiana, bien podrían ser principios de creación correctora, ligados a una cultura nueva de crecimiento sostenible. Y ante las características del nuevo medio, esta vez parece que existe una dificultad consustancial para que todo quede reconducido por la vía de un fetichismo alimentado por el prestigio carismático de la singularidad identitaria. Quizás ahora más que nunca, contra el sobrecalentamiento de la pulsión continuada de la vieja estrella metafísica: multimedia somos todos.


Cita recomendada: ABAD, Luis Ángel. Multimedia somos todos. Mosaic [en línea], enero 2007, no. 53. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/m.n53.0701.

Acerca del autor

Luis Ángel Abad es profesor de la asignatura "Sonido analógico y digital aplicado al campo de la escultura" en la Universidad Miguel Hernández de Elche. Ha escrito varios libros, entre ellos "Rock contra cultura", "Mito e industria cultural" y "El rock y su doble". Asimismo es coguionista de "El dibuixant" de Marcelí Antúnez Roca, con quien tiene varios textos co-firmados. Como músico ha grabado dos discos con Felpudo Tos, una banda que mezcla punk y dada.